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Fito Paez festejo los 20 años de su primer disco solista!!

La nota completa en La Nación



Noche memorable en el teatro El Círculo. Momento único en el que muchas coordenadas coincidieron. Si alguien, exactamente veinte años atrás, en este mismo escenario donde Páez presentaba su primer disco, hubiera podido ver lo que vendría –como quien anticipa sobre la mesa de billar el recorrido que, indefectiblemente, hará la bola, golpeando otras, rebotando en las bandas, para llegar a su destino–, tendría la postal casi exacta de lo que sucedió anteanoche.

Durante tres horas y cuarenta minutos desfilaron por el teatro canciones y amigos. Allí estaban los lazos que la vida fue armando y la felicidad de hacer esa música que se convirtió en patrimonio de todos, en esta misma ciudad que mucho le dio y tanto le quitó.

Ya el día anterior, el hermoso teatro –"nuestro Coloncito", lo llamó Páez– había comenzado a revivir, a salir del letargo al que lo tienen sometido las reformas emprendidas con vistas al próximo Congreso de la Lengua. En la prueba de sonido –tarde, tardísimo en la noche del lunes– empezó a gestarse el clima que veinticuatro horas después se haría fiesta para las poco más de mil personas que habían agotado en sólo dos días las localidades de El Círculo.

Casi sin testigos, los músicos fueron templando espíritus, instrumentos y el aire mismo del teatro; los cinco integrantes de la banda de Fito y los muchos invitados que venían a sumar lo suyo. Porque es el trecho de camino recorrido, con todas esas carambolas que no son del azar, el que trajo a Páez acá, para tocar sus canciones con amigos y para honrar algunas de las que éstos escribieron y que él supo escuchar con atención. "Mi música es una excusa para mostrar el vínculo musical con un montón de gente –había dicho Páez en una de las habitaciones del hotel un par de horas antes de empezar el show–. Todo iba a ser algo chiquito, pero se fue sumando gente y terminó en este circo delirante."

Cuestión de tiempo

El 7 de septiembre de 1984 fue viernes. Y Fito Páez estaba de regreso en Rosario, tras haber tocado con Juan Carlos Baglietto y Charly García en la Capital, para presentar por primera vez ante un público su primer disco solista: "Del 63".

Veinte años más tarde es martes y la banda está ahora conformada por Guillermo Vadalá, Gonzalo Aloras, Jota Morelli, Carlos Vandera y Fabián Lozano.

Ellos, y Luis Alberto Spinetta, Claudia Puyó, Rubén Goldín, Juan Carlos Baglietto, Claudio Cardone, Fabiana Cantilo, Coki Bernardi, técnicos, plomos y sonidistas, habían circulado desde el día anterior por el hotel donde todos se alojaban. Caravana gitana y febril, con abrazos, encuentros y anécdotas. Versión de una sola escala del "Rolling Thunder Revue" que concibió Dylan en los setenta. El "sólo se trata de vivir" que se había percibido en pasillos y mesas se escucharía, después, en "La vida es una moneda", el tema que cerró el show, con todos, absolutamente todos, sobre el escenario, haciendo que la canción se convirtiera en pura emoción.

Una emoción que había comenzado a vibrar, más de tres horas antes, en cada uno de los que estaban en el teatro –para escuchar, para tocar, para trabajar y hacerlo todo posible– cuando aparecieron los músicos en el escenario, todos tan de traje negro, todos tan de momento especial, y Fito que elige no comenzar con música, sino con palabras de recibimiento, de anuncio de festejo, de agradecimiento, antes de largar con "Tema de Piluso", esa invocación al Rosario que nunca se fue, que nunca se va, mientras sobre una pantalla, en el fondo del escenario, aparece la imagen de Olmedo.

De ahí en más, el largo recorrido de casi cuarenta temas irá de "Circo beat" a "Del 63" y de "Naturaleza sangre" a "La la la". No se trata de una máquina del tiempo ni de nostalgia por lo que fue. Es celebración de vida, anticipo también de lo que será, de lo que seguirá siendo.

La lista de temas, confesó Fito, había sido una dura tarea que le insumió dos semanas. "Fue todo un tema, porque quién es uno para ordenar la historia. Entonces, elegí las canciones que teníamos ganas de hacer, y cuando tuve 50 o 60 vi cuántos había de cada disco y traté de balancear."

Las dos semanas de reflexión dieron buen fruto. Porque el show, sin perder nada de intensidad, fue pasando por distintos momentos, por versiones antiguas, por lecturas renovadas, por variadas coloraciones, por estados disímiles.

Fue altísimo el pasaje cuando Luis Alberto Spinetta sumó guitarra y voz ("su" guitarra, "su" voz) en un set que incluyó "El centro de tu corazón", "Resumen porteño" y "Despiértate nena". Spinetta –al que Páez presentó como uno de los artistas más importantes del mundo, a lo que el Flaco respondió con un "al lado tuyo, no me importa ser aprendiz veinte mil veces más"– volvió para los extensos bises con "Parte del aire", "Bello abril", la versión spinettiana de "Las cosas tienen movimiento" y "Me gusta ese tajo".

Poco antes, Fabi Cantilo había puesto risas y guiños cómplices de historia en común con "Bailando hasta que se vaya la noche", "Nada es para siempre" y, más tarde, "Brillante sobre el mic".

Hubo también un momento de extrema intimidad cuando Páez solo ante todos hizo una seguidilla que unió "Desarma y sangra", "La despedida", "She’s mine", "Del 63", "Cable a tierra" y "La casita de mis viejos".

Coki cantó con pasión de rock dolido "Canción de amor mientras tanto"; Liliana Herrero volvió voz de la tierra "Yo vengo a ofrecer mi corazón"; otra voz, la tan rock de Puyó, fue coro y centro en "El amor después del amor"; Vadalá y sus solos de lujo, y también lo nuevo, cuando Páez, tras un "discurso" entre cómico y sentimental sobre Rosario, presentó a Carlos Vandera y Gonzalo Aloras, que mostraron cada uno un tema propio.

Para el final quedó el mismísimo origen. Con Juan Carlos Baglietto y Rubén Goldín, sus iniciales compañeros de ruta, hicieron "Actuar para vivir", dando forma de canción a esa pasión que los mantiene vivos, y con todos, "La vida es una moneda".

Noche memorable, y hace falta la insistencia. Lejos de cualquier especulación –de agregar funciones, de convertirlo en gira– se trató de un gran hecho celebratorio, pero sobre todo artístico. Porque hubo felicidad y música; porque Páez supo correrse para dejar brillar a los otros, consciente de que el todo es más; porque no faltó el humor para cambiar alguna palabra, alguna línea, y crear nuevo sentido, para remarcar el presente; porque, siempre, a lo mejor, resulta bien

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